Noticias de Pepe Callejón. Daliense Universal.
El 12 de octubre no es una fecha para celebrar conquistas, imperios ni glorias coloniales. Es un día para recordar la resistencia de los pueblos indígenas frente a siglos de invasión, saqueo, esclavitud y exterminio. En América Latina, esta fecha ha sido resignificada como el Día de la Raza y la Resistencia Indígena, en honor a quienes sobrevivieron al mayor proceso de despojo y violencia sistemática que ha conocido el continente.
Durante siglos, el relato dominante presentó la llegada de Cristóbal Colón como el “descubrimiento” de un nuevo mundo, ocultando que ese mundo ya estaba habitado por civilizaciones milenarias. La colonización española no fue un encuentro de culturas, sino una imposición brutal: lenguas prohibidas, religiones perseguidas, tierras robadas, cuerpos esclavizados. La historia oficial ha maquillado estos hechos bajo el manto de la “Hispanidad”, una narrativa que exalta el legado cultural español mientras silencia las atrocidades cometidas.
En este contexto, resulta profundamente ofensivo que España celebre el 12 de octubre como su Fiesta Nacional, bajo el nombre de “Día de la Hispanidad”. Más aún, que el Rey de España se haya negado públicamente a pedir disculpas por los crímenes cometidos durante la colonización, como gesto de reconciliación y respeto hacia los pueblos originarios. Este silencio no es neutral: es una reafirmación del poder colonial y una negación del sufrimiento histórico.
En contraste, el Papa Francisco —líder de una institución que también fue cómplice del proceso colonizador— dio durante su papado un paso valiente al pedir perdón por los abusos cometidos contra los pueblos indígenas. Su gesto no borra el pasado, pero abre la puerta a una hermandad basada en la verdad, la memoria y la justicia. ¿Por qué el jefe de Estado español no puede hacer lo mismo?
El Día de la Raza y la Resistencia Indígena no es una fecha de odio ni de revancha. Es una jornada de dignidad, de reconocimiento y de lucha por la memoria. Celebrarlo es rechazar el relato mezquino que convierte la violencia en orgullo nacional. Es decirle al mundo que los pueblos indígenas no fueron vencidos: siguen vivos, siguen luchando, y merecen respeto.
Durante el franquismo, en España el 12 de octubre se institucionalizó como una jornada de exaltación nacional-católica, donde el Día de la Hispanidad y el Día del Pilar se fundían en un relato oficialista que glorificaba la conquista y la evangelización como empresa divina. En los colegios, el adoctrinamiento comenzaba con el catecismo en mano y la repetición mecánica de oraciones, mientras se narraba la gesta de la Pinta, la Niña y la Santa María como símbolo de una España misionera y civilizadora. La celebración se articulaba en desfiles escolares, misas obligatorias y discursos que mezclaban fervor religioso con exaltación militar, reforzando una visión unívoca de la historia que convertía el imperio en cruzada y la fe en instrumento de cohesión ideológica. Esta fusión entre lo castrense y lo clerical no solo invisibilizaba otras memorias, sino que consolidaba un modelo de identidad nacional excluyente, basado en la obediencia, la tradición y la negación del conflicto.
En contraposición a toda esta farsa cazurra de los españoles invasores, ladrones, criminales y violadores en América, el poeta daliense Pepe Callejón publica una reseña en verso de la obra pictórica 'El suplicio de Cuauhtémoc' creada en 1892, y presentada oficialmente en 1893, en la Exposición Universal de Chicago; una pintura documental histórica y estandarte también de Resistencia Indígena frente a los saqueadores. Su autor, Leandro Izaguirre (1867–1941), nos recuerda que el arte puede ser una herramienta poderosa para denunciar la barbarie, honrar la dignidad de los vencidos y recuperar las voces silenciadas por el relato mezquino oficial de los invasores. En tiempos donde aún se debate el legado colonial, esta obra sigue siendo un faro que ilumina las verdades incómodas del pasado.
El artista daliense ha elaborado en el laboratorio Rojo & Cian el anaglifo de la pintura, que invita a explorar la sensación de viajar en el tiempo usando unas gafas anaglíficas (rojo y cian) por revivir el instante eterno:
La pinturas de Izaguirre retrata el momento en que Cuauhtémoc, último tlatoani mexica, es sometido a tortura por orden de Hernán Cortés. El emperador indígena aparece con los pies sobre brasas ardientes, rodeado de soldados españoles que lo observan con indiferencia o crueldad. Cortés, en actitud fría y dominante, encarna el poder colonial que busca doblegar la resistencia indígena. La expresión de Cuauhtémoc, sin embargo, no es de derrota: su mirada firme y su postura erguida transmiten dignidad, valentía y una voluntad inquebrantable.
Izaguirre utiliza una paleta sombría, con tonos ocres y rojizos que refuerzan la atmósfera de violencia y sufrimiento. El realismo de los rostros, la precisión anatómica y el dramatismo de la composición sitúan al espectador frente a una escena que no puede ser ignorada. No es solo una pintura: es un testimonio, una acusación, una memoria viva.
El suplicio de Cuauhtémoc: poema y anaglifo por el Dia de la Raza” (12 de octubre)
© Dr. José A. Callejón
En la historia del arte mexicano,
donde el pincel se vuelve voz y grito,
Leandro Izaguirre, firme y soberano,
pinta el dolor que el tiempo no ha marchito.
Nacido en siglos de sombra y de herida,
formado en la Academia de San Carlos,
su arte en vez de ornamento a medidas,
denunciar, para a justos concienciarlos.
Su obra más célebre, fuego y testigo,
El suplicio de Cuauhtémoc, se alza,
como un altar de sangre y de castigo,
como un espejo que historiografía abraza.
Fue en mil ochocientos noventa y tres
creada con firmeza y pundonor
y su escena en el MUNAL, hoy es
testigo eterno de crueldad y de dolor.
Ahí está el tlatoani, noble y fuerte,
con los pies sobre brasas encendidas,
rodeado de soldados y de muerte,
sin quebrarse, sin clamar por sus heridas.
Cortés observa impío y dominante,
por oro hiere y tortura, al desquicio.
Pero Cuauhtémoc, firme y desafiante,
resiste con entereza cruento suplicio.
[...]
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