© Dr. José A. Callejón
Redifusión de artículo publicado en The Bumblebee Times:
Recientemente pregunté, yo en contra de la lidia de toros, a un aficionado taurino sesentón si le contentaría asistir a corridas con toros androides ultrarrealistas en caso de que el hiperrealismo cibernético impidiera apreciar la diferencia entre el robot y un toro real. Su respuesta fue clara. No. No le complacía, porque no habría sangre.
Dicha respuesta me reconoció una perspectiva escalofriante: que el valor de la lidia no reside en la lucha entre el hombre y la bestia (o máquina) tal y como el relato poético taurino argumenta (a petición impuesta por el hombre), sino en el calvario y el asesinato cruel de un toro (que pastaba feliz en el campo).
El rechazo a la idea de toros robots hiperrealistas porque no hay «sangre» revela una fijación con la violencia sanguinaria como elemento esencial para un disfrute morboso. Pero «lo más imperdonable» de la respuesta del viejo pendejo es que ya no solo evidencia una falta de humanidad ante el sufrimiento del animal, sino que convierte tal sufrimiento en el espectáculo central despojando a esa «tradición intocable» de cualquier justificación ética. De modo que el argumento cínico de que la tauromaquia no se puede abolir porque es una tradición para así señalar a quien o quienes estén en contra, se desmorona ante la contundencia del sufrimiento infligido.
La historia y la costumbre no han de erigirse como escudo para prácticas que atentan contra los principios más elementales de respeto y compasión hacia los seres vivos. Mantener una tradición que se basa en la tortura sistemática es un anacronismo moral que una sociedad civilizada debiera haber superado hace mucho tiempo.
Es crucial señalar la profunda inmoralidad que subyace a esta perspectiva. Insisto, la tradición no debe justificar la crueldad, ni el arte debe legitimar el sufrimiento innecesario. La obcecación por la «sangre» como elemento indispensable del espectáculo taurino es una confesión tácita de que el dolor del toro es el verdadero objeto de deseo.
La tauromaquia glorifica, a fin de cuentas, de manera explícita y pública el sufrimiento animal. El toro, un ser vivo y sintiente, es acorralado y sometido a un calvario de dolor y agotamiento hasta su cruel muerte, todo ello coreado y aplaudido por una multitud de cazurros malnacidos que demuestran encontrar placer en la agonía ajena.
La normalización de la crueldad, la conversión del tormento en espectáculo, y que constata una perturbadora falta de empatía a nivel colectivo, corrobora que la tauromaquia, lejos de ser la manifestación artística y cultural que sus defensores embusteros proclaman, se revela como un inquietante espejo de una psicopatía colectiva enquistada en ciertas capas de la sociedad. Se puede concluir, pues, afirmando, que bajo el manto engañoso de la tradición, la tauromaquia escenifica un ritual de violencia y tortura despojado de su aura folclórica.
Este placer psicopático, esta incapacidad de ver al toro como un ser vivo con capacidad de sentir, es la base de una práctica que según explico, debería ser considerada un crimen barbárico en una sociedad que aspira a la compasión y al respeto por la vida.
La necesidad de presenciar la brutalidad por experimentar placer que conecta directamente con esa psicopatología subyacente a la búsqueda de emociones intensas a través del sufrimiento ajeno, y que constata la incapacidad de empatizar con un ser vivo hasta el punto de convertir su agonía en entretenimiento, son rasgos que confirman una perturbación de la sensibilidad moral.
El placer derivado de la tortura, aunque ritualizada, no deja de ser una manifestación de una psique insensible y morbosa. Así que no me andaré con rodeos para calificar la tauromaquia como una exhibición cafre de un sadismo latente y oscuro que desenmascara una fascinación sombría por el poder de infligir dolor; dolor que sus defensores trasladan a otras capas de la sociedad con ritualismo a la búsqueda de la depravada excitación del dominio y el sometimiento cruel, pues la afición que encuentra deleite en este tipo de violencia revela una preocupante desconexión con los valores éticos fundamentales, y esa oscuridad se extiende más allá del ruedo y tiñe otras esferas de su comportamiento como se demuestra tras la corrida, en las correrías por los prostíbulos, asunto que abordo en la novela que estoy ultimando basándome en los gustos o fantasías sexuales que el contertulio taurino pendejo referido al principio del post va pregonando en su círculo laboral sin que nadie le pregunte (…) La asociación podría interpretarse igualmente, yo lo hago en mi novela, como una extensión de la misma falta de empatía y la objetificación del otro, ya sea un animal torturado o una persona utilizada y/o degradada para un placer perturbado.
Esencialmente, el oscuro placer de subyugar y torturar, inherente a la tauromaquia, contrasta fuertemente con los valores de respeto y empatía que deberían guiar a una sociedad moderna y civilizada para abolir definitivamente la ignominia de un espectáculo que se fundamenta en la tortura a toro hasta su muerte.
Cataluña, al abolir las corridas de toros, se erige como un faro de progreso ético y sensibilidad. Su decisión valiente y visionaria demuestra que una sociedad puede honrar su historia y cultura sin necesidad de perpetuar prácticas crueles y anacrónicas. Nos muestra el camino hacia una evolución cultural que prioriza el respeto por la vida y la dignidad de todos los seres vivos dejando atrás espectáculos que solo alimentan la oscuridad del alma humana pervertida y/o depravada.
En resumen, la afición que encuentra deleite en la tortura y muerte sádica del toro en el ruedo revela una preocupante desconexión con los valores éticos fundamentales, una oscuridad que se extiende más allá de la liturgia y tiñe otras esferas de su comportamiento. La tauromaquia, desde esta perspectiva, no es arte ni tradición, sino una manifestación de una crueldad inaceptable en el siglo XXI, y nuestros políticos no solo debieran abolirla sino establecer penas de cárcel a sus promotores.
Bibliografía fundamental recomendada
Codina Segovia, J. I. (2024). Diccionario histórico del pensamiento antitaurino. Plaza y Valdés Editores.
Lara, F. & Campos, O. (2018). Sufre, luego importa. Plaza y Valdés Editores.
Wolf, U. (2015). Ética de la relación entre humanos y animales. Plaza y Valdés Editores.
Rodríguez Carreño, J. (2017). Animales no humanos entre animales humanos. Plaza y Valdés Editores.
Toledano, R. & Navarro García, M. (2019). Naciendo en otra especie. Plaza y Valdés Editores.
Cooney, N. (2016). Cambio en el corazón. Plaza y Valdés Editores.
Tafalla, M. (2019). Ecoanimal. Plaza y Valdés Editores.
Puleo, A. H. (2011). Ideales ilustrados. Plaza y Valdés Editores.
Bueno Novoa, R. (s.f.). Toro.
Príia, R. (s.f.). Fiesta de sangre.
Mérida, R. (2006). Maltrato animal: El trato que damos a los animales en la vida cotidiana. Ateles Editores.
(2010). La protección penal de la fauna: Especial consideración del delito de maltrato a los animales. Comares.
© Dr. José A. Callejón 🌹